Yo no creo en el karma. Me gusta el concepto armadillo que ha sido cruel y baja al eslabón del gusano, pero nunca lo había aplicado a mi vida. Hasta hoy. Anoche vi una película sobre unos atletas que se entrenaban a morir durante todo el año para lograr el oro en un dramático campeonato final por televisión.Una historia sobre el esfuerzo y la generosidad en el deporte, a la altura del corredor español Iván Fernández. Ese chico hubiera quedado primero si no hubiera avisado al keniata que corría delante de él que se había salido de la pista. Conmovida y envidiándoles a todos; me he puesto las famosas mallas que conocieron a Bustamante y he ido a… en efecto, ese pequeño gran infierno llamado gimnasio.

Pero esta vez voy a probar algo distinto. Quiero que me manden. Que me obliguen a sufrir, que me griten, me insulten y que no pueda irme en mitad de la clase porque me dé miedo el monitor. Y pensé… ¿qué clase tiene el más duro y embarazoso pasillo de la vergüenza? Cualquier cosa dentro del agua. Podré soportar una hora de aquarunning. No porque tenga pulmones de acero o una fuerza física desmesurada. Es que la imagen de mí misma arañándome en el bordillo, luchando por no quedarme tumbada sobre el mojado cemento, para después incorporarme sin caerme, mirar al profe a los ojos con dignidad, mentirle diciendo que tengo asma y caminar hasta el vestuario sin escurrirme con las baldosas… tiene demasiados riesgos y es un desafío al que no estoy dispuesta a exponerme delante de un atractivo monitor con muy mala leche.

La clase transcurrió sin novedades. Es decir, no pasó nada que no esperaba que pasara. Al principio molaba. Nadé sin parar, como los atletas olímpicos de la película de anoche. El monitor gritaba: “¡Izquierda!”, todos a la izquierda. “¡Derecha!”, pues todos a la derecha. Cuando chilló: “¡De laaadooo!” no sabía muy bien qué tenía que hacer. No olvidemos que estamos corriendo dentro del agua. Cada cual hizo lo que pudo por coordinar sus piernas. Me sentía casi como un astronauta. Pero después de 15 minutos, me sentía como un bebé enorme aprendiendo a nadar.

Cuando por fin acabó la tortura, escalé el bordillo como si fuera el precipicio por el que acababa de caerme en patines. Mis piernas temblorosas me llevaron hasta el vestuario femenino, fingiendo elegancia sin éxito. Intenté lavarme el pelo, pero mis brazos no aguantaban la posición demasiado tiempo, así que hice lo que pude y probablemente ahora mismo aún tenga champú en la cabeza. Cogí la toalla del perchero y me enrosqué en ella. En ese momento, una señora embarazada cruza delante de mí. Desnuda. Y me sonríe. No tengo nada en contra de las embarazadas. Pero delante de la taquilla donde he guardado mi ropa, otra mujer con el culo al aire. No tengo nada en contra de los culos. Pero juraría que, mientras espero, una chica a unos metros de mí no para de mirarme. Así que fijo la vista en mis pies y decido mantenerme ocupada, intentando secarme alejada de la población nudista. Sólo quiero que nadie me hable. Supongo que soy algo más pudorosa que las demás.

Noto que me estoy arañando todo el cuerpo. La toalla es bastante desagradable. Sentada sobre el banco recuerdo unos años de la infancia, cuando todo el equipo de natación compartía sus hongos de los pies y yo, no iba a ser menos, me pillé todos los hongos del vestuario. Fue una pesadilla. Así que me pongo, como mi padre me enseñó, a secarme cada dedito del pie uno a uno con mi costrosa toalla. La chica que no paraba de mirarme, sigue mirándome. No me gusta su mirada y empiezo a sentirme incómoda. Me gustaría sacar mis cosas de la casilla y esconderme en uno de esos encharcados cuartos de baño, pero la mujer del culo al aire sigue ahí y… uff… cómo pica esta toalla. No la recuerdo así… No la recuerdo así… No puede ser.

Bajo la mirada hacia la asquerosa toalla que envuelve todo mi cuerpo. Esta toalla se ha usado muchas veces. Demasiadas… veces. Levanto la cabeza hacia la chica voyerista, sus ojos desprenden ira, vuelvo a mirar mi toalla rasposa, vuelvo a mirar a la chica. No…

Este es el punto de mi historia en el que confieso que la película que vi anoche se llama A por todas. Una cutrez en la que un equipo de animadoras de instituto compite contra otras animadoras en la liga nacional americana. La historia no habla de superación, de sufrimiento, ni de generosidad. Habla de popularidad, volteretas y estar delgada. No fue Iván Fernández quien me llevó hasta este vestuario. Fui porque una adolescente Kirsten Dunst hacía bailes y saltos mortales.

Llámalo karma. Llámalo miopía. El resultado se resume en una toalla rasposa que no era mía.

5 Comentarios en Maldito karma

  1. Como siempre estupendo el post y sobre todo divertido. Ya me extrañaba que tu toalla fuera rasposa, conociendo a tu madre y sus habilidades con la lavadora eso no era posible.

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  2. Genial post! Divertidísimo como siempre =) Quiero máaaas!!

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  3. Aghh.

    Existen pocas actividades en la vida tan satisfactorias como la de usar la toalla de un desconocido.

    Una visita al dermatologo?

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  4. En serio, tengo que pasar más tiempo contigo. Quiero vivir una de esas experiencias de ridículo instantáneo «in your face», ya sea robar toallas, tirar basura donde el reciclaje de sujetadores… y lo que no cuentas… jeje

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  5. Lectura muy entretenida, tan genial cómo nos has acostumbrado. Me voy al gym, pero creo que me llevaré mi toalla recién lavada con Mimosín ; )

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