Llevaba un tiempo dándole vueltas. Debo decir que soy una experta en inventarme excusas para mantener tranquila mi conciencia. Como no la tengo controlada del todo, en realidad lo que hago es construirme una valla mental alrededor de ella. Imagínate una de esas verjas bajas de madera blanca, muy americanas. Las famosas little white fences.Esas que no sirven para nada porque se ve perfectamente lo que haces en tu casa y porque, si un ladrón o un asesino quieren entrar, no tienen que ser un atleta olímpico para dar ese saltito. Es básicamente lo que me pasa a mí. No es que me sienta identificada con un asesino, ni mucho menos con un atleta olímpico, pero cíclicamente me salto esa verja de madera y me encuentro de sopetón con mi conciencia. Y conozco muy bien esa sensación, porque aparece ese famoso nudo en el estómago del que la gente habla, porque veo algún anuncio con cuerpos escandalosos o porque, básicamente, mi madre me grita: “¡Ve al gimnasio hoy o desapúntate!”.

Pero es que no me apetecía nada. Nada. Me aburro soberanamente en esa bicicleta que va a ninguna parte y me siento tremendamente incómoda con el culo en pompa, levantando una pierna sí y otra no, en esa especie de máquina de la tortura (que apunta directamente a la zona masculina de las pesas). Cada vez que voy, camino con agujetas el resto de la semana y me digo: “pues no vuelvo hasta que me recupere un poco”. Y cuando por fin me recupero, mi astuta mente ya tiene la american fence en construcción.

Hacía mucho que no tenía que correr para coger el autobús. Creo que desde que llevaba detrás una mochila moviéndose seductora de un lado a otro. Pero entonces no tenía esa sensación de sangre en la garganta. ¿Cómo puedo cansarme tanto? No puedo seguir así. Mañana voy al gimnasio. Me puse una alarma en el móvil.

Pues no te creas que fui. Ni siquiera recuerdo apagar esa alarma. Probablemente, ese día acabara metida en el cine comiendo palomitas. Cuando empiezo a saltar peligrosamente mi verja de madera (suele ocurrir cada dos semanas), decido ir andando al chino en lugar de en coche. 10 minutos. A paso rápido. Pero ahora llueve, así que mis excursiones valen por dos.

Confieso que me había medio comprometido conmigo misma a que no escribiría cosas tan mundanas. Artículos que no sirvieran para salvar el mundo. Pero es que tengo algo más que decir.

No estoy particularmente orgullosa de esto. Tirada boca arriba con un libro en la cara, recibo un whatsapp de mi vecina: “tía, ven al gym que está Bustamante!!!”. Nunca pensé que haría esto: me levanté con gracia y sorprendente agilidad, me vestí con mis mejores mallas, me hice un moño muy poco seductor y salí como Usain Bolt hacia ese gimnasio que no había pisado en… no lo voy a decir por si mi madre lee esto.

Resulta que Bustamante va a mi gimnasio. Y me preocupa. Lo que no consiguieron mis alarmas en el móvil, los anuncios de Chanel, mi instinto olímpico o mi conciencia… lo consiguió este ex concursante de OT del que no sé absolutamente nada. ¿Qué le pasa a mi cerebro? ¿Por qué necesito incentivos tan extraños?

Y lo peor de todo… es que ni siquiera me gusta ese señor.

10 Comentarios en «The little white fence»

  1. jajajajajajajajaajaja en serio, me encantaaaaassss!!!!!

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  2. Que va Bustamante al gimnasio??

    Pues voy corriendo!!!!!!

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  3. Pues lo de la little white fence para escaquearte el gimnasio debe de ser la nota de la casa. Al menos mantenemos al dueño…

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  4. No te engañes, la culpa es de los gimnasios y los chinos, que siempre los ponen lejos de casa.

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  5. Jajaja muy grande!

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  6. Ir al gimnasio… y no solo para comprarme un bocadillo. MUY BUENO

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  7. Me encantas Carola. No te vendas tan cara y escribe mas a menudo.
    Lo del gimnasio no esta hecho para la inmensa mayoria de tu familia materna. Solo de pensar en ello se me ponen los pelos de punta.

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  8. Jajajaja…..y otra vez, lo he vuelto a ver, y otra vez, tú no estabas, te lo estás perdiendo…… 🙂

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  9. A quien le gustan los gimnasios?. Son lavaconciencias. No podríamos encontrar otro método más humano sin tener que dejar de comer?

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